"Una noche en la Recoleta" - fragmento. 

 



La noche siempre ha sido el escenario perfecto para los más atroces y espantosos sucesos. Quizá porque la luz del día no es el aliado más propio de aquellos que no cobran vida en el mundo material, los que no son tan evidentes para todos los mortales, debido a que el manifiesto de sus almas sólo podría germinar en quienes puedan ver más allá, hacia aquello que no permite descripción. Sostengo que hay cosas que no merecen explicación, pues la capacidad del entendimiento es muy reducida para equiparar semejante infinitud de misterio que aborda el universo. Fue en una de esas noches en las que el silencio inundaba a través de la calma, y en la plenitud de la misma se originaban los pensamientos más sombríos y blasfemos. Debo mencionar, que no me cohibiré en tratar de describir en este relato cada mínimo detalle de lo acontecido, pues, aunque el recuerdo más putrefacto y las imágenes más grotescas aún me seguirán perturbando, el olvido no se ha asomado siquiera con el fin de darme un poco de alivio.  Como resultado, estos recuerdos los llevaré hasta los confines de mi existencia. Solía contemplar mis noches intentando ganarle una batalla al disgustante pero nunca inoportuno insomnio, leyendo algún poema de Baudelaire, hundiéndome en el éxtasis al escuchar alguna pieza de Tartini, pero esa noche, había algo más que contemplar. Caía la tarde y me dispuse a tomar rumbo a la Recoleta. Me tomó menos de 20 minutos llegar hasta la Necrópolis, el clima estaba fresco y tenue. Llegué mucho antes de que cayera la noche, tomé la entrada principal en dirección al oeste, caminé silenciosamente y de forma apresurada con el fin de que ninguno de los guardias logre percatarse de mi presencia. El Cementerio de la Recoleta cerraba sus portones a las 17 horas exactamente, mi plan de permanecer dentro sin que nadie lo notara salió a la perfección. O al menos, eso fue lo que pensé. Hice un largo recorrido, pude apreciar obras arquitectónicas fabulosas, aunque gran parte de ellas estaban casi completamente destruidas, logré deleitarme con la delicadeza de sus formas, desde los diseños más simples hasta los más sofisticados. Esculturas grabadas sobre mármol, como la Tumba de Corina Adelaida Lynch, de la hija del Mariscal López y Madame Lynch.  Falleció el 14 de febrero del año 1857, a los 6 meses de edad según el grabado que llevaba su tumba. Durante mi recorrido no pude evitar asombrarme ante los distintos mausoleos y panteones con un imponente estilo gótico, uno en particular, poseía detalles muy trabajados, a pesar de que el moho verde e implacable gracias a los recientes días lluviosos lo cubría casi en su totalidad, mi obsesión observadora me ha permitido notar cada mínimo detalle, incluso aquellos de otros asuntos acerca de mi existencia que me gustaría olvidar,  el Mausoleo pertenecía a la familia del Gral. Andrés Rodríguez.  Me detuve también, a observar la tumba que perteneció a el Gral. José Eduvigis Díaz, la cual fue saqueada durante la Guerra de la Triple Alianza, sus restos fueron trasladados al conocido Panteón de los Héroes, junto con otros personajes "heroicos" del Paraguay. A medida que iba avanzando, la tarde se tornaba más fresca, lentamente el crepúsculo iba cediendo paso a una lúgubre oscuridad. Noté que el viento comenzaba a dar soplos más fuertes haciendo que los cipreses se balancearan como bailarinas al son de una danza celestial, y la noche se iba adornando con una escrupulosa luna menguante. Se preguntarán, pues, cuál era mi intención principal. Indudablemente, visitar la Necrópolis tenía un fin más significativo que apreciar aquellas obras arquitectónicas y recordar que en mi juventud me hubiera gustado dedicarme a la arquitectura, que de niña me pasaba dibujando formas y formas que,  naturalmente, carecían de una visión concreta de la arquitectura como tal, debido a que en la imaginación de los niños no hay barreras para aquellas ideas que se alejan de la realidad material. 
Al tiempo que fui creciendo y acercándome a la monotonía de la vida adulta, he cedido a ciertas frustraciones que opacarían aquellos sueños, aunque probablemente no del todo. Finalmente, me dedicaría a las cátedras de historia y literatura, ignorando tal vez que dentro mío sólo tenía la intención de comprender más sobre el contexto histórico, terminé enseñando historia porque sin darme cuenta obtuve la Licenciatura, así como sin darme cuenta envejecí, acrecentando también la suerte ominosa de mi existencia. Ya en una considerable edad adulta, comencé a leer libros de ocultismo y penetrándome cada vez más en ese mundo, encono y umbrátil, en el que por momentos me sentiría acogida, y a la vez, condenada. 

Fragmento extraído de mi cuento titulado:

"Una noche en la Recoleta",
escrito el 02/06/2020. 

 

©Todos los derechos reservados. 


Comentarios

Entradas más populares de este blog

Relatos del abismo.

Relatos del abismo.